AMERICA LATINA EN EL MUNDO: 2020  

 

Diego Cardona Cardona

El artículo examina los factores regionales y globales que inciden sobre el relacionamiento externo de América Latina en la actualidad. Explora además las grandes tendencias para el próximo futuro.  Fue publicado en el libro de referencia descrito a continuación. El artículo fue entregado en Junio de 2020, pero conserva plena vigencia.

En: Wolf Grabendorff, Andrés Serbin (Editores), El (re) descubrimiento de América  Latina.   Barcelona,   Icaria    Editorial, y  Buenos Aires, Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales ( CRIES), Noviembre de 2021.   Libro completo en: www.cries.org


AMERICA LATINA EN EL MUNDO: 2020         

Diego Cardona Cardona

Antropólogo, PhD en Relaciones Internacionales. Profesor universitario -Escritor- Diplomático colombiano.

 

Cada observador atento de la vida internacional tiene sus propias percepciones sobre el sistema, los actores y los intereses en juego. La visión desde América Latina es también diversa. Debemos ubicar ante todo el contexto global, como  la única manera de saber frente a qué, América Latina puede tener opciones de respuesta o de acomodación según el caso. 

Los imperativos internacionales son estructurales o coyunturales. En lo geográfico, son globales, regionales o nacionales. En lo temático, son focalizados o transversales. Por razones de espacio, nos ocuparemos solo de los primeros:

1)     LOS DETERMINANTES ESTRUCTURALES:

a) LAS DÉCADAS PASADAS: Las últimas décadas trajeron consigo varios grandes esquemas en la vida internacional. Los años 60 y 70 fueron los de la consolidación de dos grandes potencias, Estados Unidos y Rusia, pero también presenciaron  la irrupción del llamado Tercer Mundo. Fue la época dorada de algunas Organizaciones Internacionales, entre ellas la Asamblea General de las Naciones Unidas, la UNCTAD, UNITAR y la UNESCO. Se dio impulso también a mecanismos de integración y concertación subregionales, en Europa, América Latina, África y Asia Oriental. Se estaba “descubriendo” a los vecinos.   

Los finales de los 70 y los 80, trajeron un mundo distinto. Era fácil hablar de la primacía reciente de los temas económicos, o por lo menos de su paridad con los políticos; también se puso de moda hablar de la importancia de los intercambios mundiales y de la promoción del libre comercio, así como de la coexistencia entre sistemas políticos diferentes. La OMC fue adquiriendo centralidad, y se hablaba de distensión y coexistencia pacífica. Por otra parte, la idea de una nueva dominación por contrapesos –propia de la época “tercermundista”–, dio paso a las teorías sobre la búsqueda de la AUTONOMÍA, y el incremento de la capacidad de negociación de los países de menor poder relativo. Igualmente se pensó que las soluciones para un Nuevo Orden provendrían del fortalecimiento del sistema internacional frente a los actores individuales. Por ello, los “Regímenes Internacionales” se pensaron como la mejor solución para constreñir a algunos de los actores mundiales. En ese contexto, eran posibles y deseables las respuestas colectivas en la periferia del sistema (incluyendo a América Latina).Se descubría la “otredad” en los diálogos sur-sur y se quería un Nuevo Orden en el mundo. Fue el mundo de la primacía de las teorías de la interdependencia compleja, y de la búsqueda de Autonomía.

Los años 90: Sin embargo, la disolución de la URSS y los cambios políticos en Rusia y sus antiguos aliados –Europa Oriental incluida– trajeron otro mundo. El neoliberalismo económico y el neorrealismo político  estuvieron al orden del día desde la década de los noventa. Europa continuaba exitosamente con su proceso neo-funcionalista de integración, que paradójicamente se daba para competir mejor con otros países. 

b) HASTA EL AÑO 2019: El siglo XXI trajo, en sus dos primeras décadas, un doble proceso: el peso de actores diferentes a los Estados, con algunos elementos “postmodernos” tales como el énfasis en los derechos individuales, los de las minorías, la diversidad y las políticas ambientales. Por otra parte, el comienzo de la tendencia  hacia un mundo más multipolar, con nuevos actores emergentes. Las diferencias entre el primer y el segundo país en economía se volvieron menos importantes que en el siglo XX; han surgido nuevos países emergentes, y las grandes potencias ya no son dos sino tres (EEUU, China y Rusia), con Japón o Alemania como potencias tecnológicas. 

Pero por extraño que parezca, en lo político el siglo XXI había comenzado a ser  menos multilateral que el siglo anterior. Ese hecho se debe en gran medida a los EEUU que siguió siendo aún el principal actor político, económico y militar a nivel global, y que es todavía dominante en el hemisferio occidental. Una eventual prolongación de la administración Trump, profundizaría sin duda el modelo. De lo que se trata, de acuerdo a sus protagonistas y algunos inspiradores de las políticas  (El anterior Tea Party y Steve Bannon, por ejemplo, siguiendo a un teórico: Mearshimer), es de lo siguiente:

Ante todo, reivindicación de los nacionalismos, en especial en EEUU y Reino Unido. En la práctica, un claro énfasis en la política interna, colocándola claramente sobre la internacional.

Por otra parte, la promoción activa del debilitamiento del Sistema Internacional producto de la postguerra y las tres décadas que le siguieron. Ello significa otorgar menor importancia a las Organizaciones globales (Naciones Unidas, Organización Mundial de Comercio, Unesco, OIT, Organizaciones de Derechos Humanos); y, sobre todo, el debilitamiento de algunos regímenes internacionales: en Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible; en status de la alta mar y la Antártida; en derechos humanos y en impulso a la sociedad civil, para solo citar los más importantes. A la par, con un claro énfasis en la primacía aparente de los Estados sobre sus propias corporaciones, pero en la práctica, buscando el reforzamiento del potencial económico de sus nacionales. Todo, aunado a un peso renovado del nacionalismo, a la ubicación de los intereses económicos nacionales por encima de los del libre comercio y las cadenas libres de valor, y una política de confrontación a veces abierta con otras economías.  

Lo anterior se ha visto reforzado por el relanzamiento de la carrera tecnológica. Pero también tenemos una competencia feroz por las materias primas estratégicas. Por otra parte, encontramos el énfasis en el empleo nacional por sobre las consideraciones del cambio climático; el neoliberalismo llevado a su máxima expresión, y no solo en EEUU; el peso nada decreciente del complejo industrial-militar en EEUU, Reino Unido, Rusia y China, así como en algunas potencias secundarias.

Todas las características anteriores, constituyen un todo conceptual. Es falso por completo, como piensan algunos ingenuos, que el establishment de EEUU o Reino Unido vaya al garete y respondiendo puntualmente a requerimientos de política. Si en décadas pasadas, la lógica que atravesaba las políticas era la de la Interdependencia Compleja, y con ella la necesidad de la cooperación y los intercambios,  en la actualidad, por lo menos  en quienes toman las decisiones estratégicas en los EEUU, el faro claro es el Neo-realismo de Mearshimer y otros autores. Se trata de una reedición de las políticas de lucha por el poder a escala planetaria, de manera semejante a la época de la guerra fría. Y ello tiene implicaciones fuertes para América Latina.

La dirigencia Republicana de los Estados Unidos sabe perfectamente hacia dónde quiere orientarse, y lo han hecho así desde el primer día de la administración Trump.  Esa coherencia (nos guste o no), existe y actúa en múltiples instancias de las políticas. La reflexión académica en este sentido se quedó atrás, y no parece ofrecer alternativas sólidas más allá de las teorías llamadas postmodernas. Asume que la contestación en las calles puede ser más poderosa que los sistemas políticos. Podría incluso derrocar gobiernos o cambiar parte de la dirigencia. Pero desde Mayo 68 sabemos que una cosa es llegar incluso a la salida de un presidente, y otra muy diferente el cambio de un sistema político.

Esa es la cruda realidad global que afrontan los países latinoamericanos. Y frente a ella, vivimos tiempos de neorrealismo duro en quienes toman las decisiones. A falta de alternativas conceptuales –salvo las que puedan llegar por la vía de la lucha contra el cambio climático–, la oposición a la visión hegemónica se restringe a las calles, sin que se vea aún si existen movimientos sociales o políticos capaces de capitalizar en la realidad, la débil resistencia.    

Por su parte, en el relacionamiento con la Unión Europea podemos apreciar desde América Latina, el mantenimiento de una Agenda con temas económicos, sociales y culturales, si bien existe una gradual debilidad relativa de las economías europeas. Para el caso, entre las tres primeras economías del mundo no hay un país europeo, por ejemplo. Sin embargo, Europa, y en especial la Unión Europea, tiende a mantenerse por un tiempo como un actor importante de la vida internacional.

En cuanto  a China, existía la vieja idea de que una asociación con dicho país se movía dentro de los parámetros Sur-Sur.  Esa relación dejó de existir hace más de una década.  Los intercambios actuales muestran un énfasis en la visión china de que  América Latina  es una fuente de industrias extractivas y de producción de alimentos poco elaborados. En la medida en que las tecnologías de China han ido mejorando –a la manera de lo que pasó con Japón en los años 80­–, sus exportaciones más sustanciosas se relacionan cada vez más con las manufacturas, con poca transferencia tecnológica. El intercambio China-América Latina no es, pues, una relación Este-Oeste o Sur-Sur, sino claramente otra forma de las relaciones Norte-Sur. En el relacionamiento mutuo tienden también a un énfasis bilateral, nó como un todo. 

c) PROBABLES EFECTOS DE LA PANDEMIA DEL COVID-19: Nadie había previsto que 2020 podría ser un año de gran crisis y de posibilidades de cambio. En efecto, la pandemia del Covid-19 que parece un aspecto coyuntural, se está convirtiendo en un factor estructural del sistema internacional, dada su magnitud. Desde el punto de vista de las Relaciones Internacionales, existen varias tendencias posibles e incluso probables:

·     La pandemia muestra la enorme vulnerabilidad del sistema internacional abierto.

·     Se ha venido produciendo un regreso gradual al protagonismo  de los Estados, en detrimento de otros actores. Ello, en detrimento también de la Unión Europea como tal, que ha andado un paso atrás en las respuestas a las crisis.

·     Puede percibirse una agudización de la polarización entre Estados Unidos y China. En la práctica, el proceso parece incidir en el fortalecimiento de China como el gran actor internacional; y la permanencia de Estados Unidos, por lo menos en el corto plazo, como un país con grandes indicadores, aunque con su influencia un tanto disminuida y con crisis de liderazgo. Rusia, por su parte, parece tener posibilidades de salir casi indemne de la pandemia, gracias a las medidas drásticas adoptadas a comienzos de la crisis y a su condición de potencia petrolera y gasífera, a las puertas de Europa.

·     Es evidente el surgimiento de dos tendencias claras frente a la crisis: Por una parte, China, Corea del Sur, Singapur y Rusia, dando prioridad a las medidas draconianas de corto plazo frente a la población.  También tenemos otros con enormes consensos, como Alemania o Nueva Zelanda. Por otra parte, están los Estados en los cuales puede haber primado la desidia o la débil percepción de la amenaza, tal como puede percibirse en EEUU, Brasil y Reino Unido. Pero no hay que olvidar que existe una escuela de epidemiología según la cual,  en caso de un virus nuevo más vale a falta de inmunidad natural, producirla por la exposición de su población con el fin de tener un grupo humano con los anticuerpos apropiados para afrontar mejor la continuidad de la amenaza. Una especie de visión entre Darwiniana y Malthusiana, y por ende una negación de los principios básicos de la evolución del Sapiens y de las  democracias, que dicen que la protección de los más débiles es una de las características que nos distingue de las demás especies animales. Frente a dichas políticas (quizás en Italia y España al comienzo, y claramente en Reino Unido, Suecia y EEUU), que pueden implicar en todo caso miles de muertos entre las poblaciones más vulnerables, se alzaron las municipalidades, las regiones y parte de las sociedades civiles de sus países, obligando a los gobiernos centrales a tomar medidas que de otra manera no habrían sido capaces de asumir. 

·     Presenciamos un claro incremento de los nacionalismos. Cada país está viendo por sí mismo. Cada uno piensa en su propia economía, la defensa de su propio territorio, su población y sus recursos. Una vuelta atrás en algunos casos, que va a tener impacto en las próximas décadas.  

·     Gran paradoja, se han puesto de moda las medidas neo-keynesianas: Es interesante que muchos gobiernos hayan descubierto que, dadas las condiciones inesperadas y graves de la crisis, se tenga que acudir a medidas keynesianas,  tratando de mantener hasta donde se pueda el nivel de la demanda, como condición del mantenimiento de la economías. No es el keynesianismo puro de la época de Roosevelt, porque seguramente va acompañado de subsidios a las grandes empresas, para mantener el nivel de competitividad frente al mundo; pero es un hecho notable. 

·     Con el paso de la pandemia, crece la idea de que pueden tener inconvenientes las grandes cadenas de valor que implican la deslocalización de los factores de producción en el mundo, desde las materias primas hasta los productos elaborados. No es que los aparatos productivos se concentren en sus propios países, pues sería desaprovechar las posibilidades en costos, transporte y regulación que había dado la deslocalización gradual. Es que las grandes Corporaciones quizás tiendan a concentrarse en pocos puntos focales en el mundo, aprovechando los recursos naturales y humanos del entorno mas o menos cercano en cada sitio. Una especie de desconcentración, no difusa como hasta ahora, sino más bien puntual.

·     Con la baja temporal de la demanda china, muchas empresas del país, o multinacionales bien establecidas en su territorio o con producción importante en dicho país, han visto descender el nivel de precios de sus acciones en las grandes bolsas del mundo. Muchas de sus acciones a precio mas bajo, parecen haber sido adquiridas en lo fundamental por Empresas y el Gobierno chinos. En ese sentido, una vez superada la crisis, China sería el mayor favorecido desde el punto de vista económico. 

·     Como es previsible un descenso de la capacidad adquisitiva de cada país, y obviamente de los intercambios –que tardarán quizás una década en volver a los niveles de 2019–, la reactivación de las economías no se podrá dar por la vía del comercio internacional sino por los mercados internos, o los regionales. Ello, salvo un pequeño número de productos de gran demanda internacional, y con nichos específicos de mercado. Los grandes países y los espacios subregionales tienen alguna posibilidad en el corto plazo. 

·     Mucho dependerá, para los países latinoamericanos, de lo que suceda en la vida política de los Estados Unidos en el curso del segundo semestre de 2020 y comienzos de 2021. 

 

2)     LAS TENDENCIAS EN AMÉRICA LATINA

Pueden identificarse algunas mas o menos evidentesSalvo México, que continúa siendo importante en la maquila industrial que exporta a los Estados Unidos, existe una tendencia a la reprimarización económica. Los países de la región, incluso Brasil, han incrementado el porcentaje de sus productos básicos en el componente exportador, no solo a Estados Unidos, sino también ante la Unión Europea y China.  

Los mercados ampliados latinoamericanos para los productos provenientes de los países de la misma región tienen algunos nichos reconocibles en las manufacturas, en especial automotores y algunos productos con un valor agregado relativo. El problema es que, si en la Unión Europea, las transacciones intracomunitarias son aproximadamente 65% del total del comercio exterior de sus países, en América Latina son en promedio del 20% del total de sus exportaciones.  Si en Europa existe la competencia inter-industrial con nichos claros de mercado, en América Latina esos nichos son más restringidos. ¿Por qué? Precisamente porque no es posible que los países de la región se exporten entre sí banano, o café o soya o carne, o caña de azúcar, o aguacates. Ello porque los otros ofrecen también productos semejantes. Ese es un obstáculo real para un proceso de integración que pueda desembocar en un actor colectivo más relevante que los países individuales. Tampoco tenemos un adversario externo frente al cual sea necesario unirse, como lo tuvo la Unión Europea mientras existía la URSS.

En cuanto a las consideraciones estructurales recientes, dos hechos son altamente significativos en América Latina: la pérdida dramática de liderazgo del Brasil, y el debilitamiento de los mecanismos regionales y subregionales de integración. 

Sobre lo primero: Tiene una importancia capital. Si entendemos la importancia histórica de la dupla franco-alemana en la conformación de la Unión Europea, o el eje articulador de Rusia en la vieja URSS, o el rol actual de China como el motor central de Asia, sabremos que el peso económico, político y de otros órdenes de las “potencias regionales” es muy importante. Los cinco países más relevantes de América Latina son claramente, y en su orden: Brasil, México, Argentina, Colombia, y Chile. Brasil tiene él sólo, la mitad del tamaño, la población y el PIB de América del Sur. El tema central aquí, fuera de políticas parciales o de las anécdotas, es que la actual dirigencia brasileña parece haber asumido –desde Dilma Roussef y claramente con Bolsonaro–, que su inscripción internacional exitosa puede darse como país individual, más que por su liderazgo o pertenencia a organizaciones regionales. Más como BRIC (Brasil, Rusia, India, China, con un añadido simbólico, pero no económico que es Sudáfrica). Y claramente, más como Brasil que como Suramérica o como América Latina. Una visión complementaria desde el resto de América Latina percibe el asunto como si Brasil no hubiese querido o podido  asumir los costos obvios del liderazgo regional. Por otro lado, se percibe también  al gigante regional como un país que tiene una visión de la vida internacional más cercana a una mezcla entre autonomía e inserción neorrealista. El impacto de este proceso en la región latinoamericana ha sido de una importancia capital. Lo paradójico es que, después del “efecto Odebrecht” ello se da por ausencia, y no por presencia activa y el liderazgo de las décadas anteriores.

El otro elemento reciente en la región deriva de la crisis profunda de los mecanismos subregionales de integración. Las posibles asociaciones entre México y Centroamérica tienen un contrapeso evidente en la relación preferente de la mayor parte de los países centroamericanos directamente con EEUU y Canadá. Entre los centroamericanos mismos, algunos de sus mecanismos de concertación continúan funcionando, pero su peso en los destinos regionales es débil.  

En cuanto a la vieja Comunidad Andina, ahora con solo 4 países, se ha reducido a administrar los intercambios ya logrados en el pasado. Su importancia en cada país y en sus autoridades es ahora muy marginal. Fue el intento más logrado de integración en los 70 y 80, tratando de ceder algunas porciones de soberanía a una autoridad central. La tasa de incumplimiento de su normativa es superior al 70%. Alguien la definía como un bello cascarón jurídico formalista. Por lo que respecta al Mercosur, los intercambios entre sus países no se han incrementado, e incluso existen visiones contrapuestas más allá de la simple expresión de intereses entre sus dos socios centrales. El porcentaje de no aplicación de su normativa después de 5 años de aprobación nominal es de aproximadamente el 80% (porque las ratificaciones no se producen). 

Finalmente, la Unasur, que en su momento fue la esperanza integradora de Sudamérica, terminó siendo víctima de la ideologización profunda de las relaciones exteriores de varios gobiernos de la región. Algunas autoridades nacionales no estuvieron a la altura del reto, que no era otro que concertar políticas y promover espacios comunes para facilitar mercados ampliados e inserción internacional. Pudo más la ideologización que en uno y otro sentido parece haber asumido que toda aproximación era posible solo con los que piensan igual.  Es curioso: Todos los países europeos  han variado de color político en sus gobiernos con el paso de los años, y, sin embargo, la Unión se ha mantenido mal que bien en medio de esos vaivenes. Un cambio de gobierno, o mejor de color político en América Latina, parece augurar en la mayor parte de los casos un cambio de políticas a veces abrupto, no solo frente a sus vecinos sino frente al mundo. Es como si cada nuevo gobierno latinoamericano padeciera del “síndrome de fundador”, y considerara que debe edificar solo después de derribar los logros de los gobiernos anteriores.

Por lo que hace a la Alianza Pacífico, su importancia estaba (o está) dada por una aproximación a los modelos y mercados en especial del Asia Pacífico. Su dinámica ha descendido notablemente en los últimos meses, por la  competencia global EEUU-China. Pareciera ser hoy día un mecanismo en estado de hibernación voluntaria, esperando que despierte la primavera de tiempos mejores en las relaciones entre los gigantes del Pacífico.

Otros mecanismos parecen haberse restringido a la foto de ocasión, y tienen la importancia que podría tener un grupo de chat. Es decir, no juegan un papel en la realidad. Una excepción parece ser el Grupo de Lima, mecanismo de concertación entre algunos países frente al asunto de Venezuela. Sin embargo, el grupo ha visto disminuída su importancia por algunas crisis internas en varios de sus miembros, y no ha logrado cambiar la realidad interna de la política venezolana. Ha tenido sí, alguna presencia internacional.  

Frente a todo lo dicho quedan solo dos alternativas: La primera, reconocer que algunos países prefieren hablar de AUTONOMIA: México y Argentina, serían los casos más elocuentes. Otros, prefieren no jugar a las reglas de juego contemporáneas. Quizás Cuba, Nicaragua y la Venezuela de Maduro sean los casos más claros. Algunos más, parecen haber preferido hablar de INSERCION: Es el caso de Colombia, Chile, Costa Rica. Quizás Brasil esté hoy día más en esta clasificación (que no grupo). Y otros, están en procesos de acomodación a las grandes tendencias macro-regionales y globales.

 

Así, pues, tenemos varias tendencias claras: Ante todo, el debilitamiento y en otros casos, la desaparición de los mecanismos de integración subregionales; un proceso a la par de la inexistencia de un mecanismo válido a nivel latinoamericano. La OEA y la CELAC son mecanismos con otros actores, y no constituyen un proceso de integración, sino de cooperación y consulta. Más válido es el caso de la OEA, que continúa existiendo con alguna dinámica.

Luego, encontramos que la ideologización  de las políticas internas y externas de algunos países latinoamericanos –a diferencia del pragmatismo acomodaticio de los ochenta–, lleva a diferencias profundas.  Un factor esencial es que se deja sentir de manera fuerte en el continente, el peso del neorrealismo del gobierno estadounidense, con su búsqueda del debilitamiento de regímenes internacionales y del sistema internacional que viene de los ochenta. La preferencia por las opciones bilaterales, de país a país, es su expresión más evidente. 

Ahora bien, si los mecanismos de integración subregional se han debilitado o desaparecido, la solución no puede buscarse ingenuamente en la convergencia de su normativa. No es desde los actuales mecanismos como puede surgir una serie de espacios comunes. La ideologización existente va también contra dicha idea. Resignarse, podría ser una alternativa; pensar en nuevos paradigmas, tiene que ser la otra. Crear los espacios de reflexión para que nuevas ideas puedan expresarse y ser conocidas, es la mejor salida, y sobre todo una necesidad imperiosa.  

No se ve en el corto plazo una posibilidad de respuesta colectiva de América Latina frente a los grandes actores internacionales. Para el caso, el peso de EEUU en la región es inmenso, pese a los efectos recesivos que puede dejar la Pandemia del Coronavirus.  El país del norte forja muchos temas de agenda en sus propios términos y con base en sus propias prioridades. Para el caso, baste citar a México, que depende de EEUU en un 80% de su comercio exterior y de sus inversiones internacionales; así, es muy limitado el margen de maniobra de sus líderes, cualquiera que sea su color político.  Brasil por su parte, ha visto disminuida su presencia internacional. Para el caso, su empresa estrella de búsqueda de autonomía, Embraer, no pasó a ser parte de la Boeing, solo por las dificultades financieras del COVID-19 y las previsiones a la baja en los valores de la industria aérea de pasajeros.  Por lo que hace a la tecnología militar (Avibras, Tamoyo, Osorio) ha disminuido de forma dramática. Incluso la idea de un avión en consorcio con la Aermacchi italiana, para competir en los mercados OTAN, ha sido abandonada. También  su programa espacial es ahora anecdótico, y se resignó a un sistema limitado de comunicaciones y de monitoreo de la Amazonía. Su mayor exportación es la soya –a China–. El modelo Bolsonaro solo tiende a profundizar esa tendencia. 

En cuanto a la CELAC –que incluye al Caribe insular, y por ende a países que se inscriben más en sus viejas metrópolis– es un mecanismo de Concertación, nó de Integración; y desde que existe la manifiesta ideologización profunda en el continente,  su utilidad es ínfima. No puede tampoco funcionar como un mecanismo de relacionamiento externo válido y sostenible.

En otro sentido, el tema de la reprimarización de las economías se ve profundizado por el relacionamiento desigual con China. Es paradójico: Llegan proporcionalmente más manufacturas latinoamericanas a EEUU y Europa, que a China, Rusia o Japón.  Es decir, el relacionamiento comercial internacional de finales del siglo XX era más favorable al desarrollo endógeno que el actual con otros actores “alternativos”. 

Y en potencial económico, tema sobre el cual solemos abundar en América Latina solo por las materias primas, tenemos un ejemplo dramático: Corea del Sur es un país geográficamente muy pequeño; sin embargo, su PIB es semejante al del gigante brasileño, es superior al de México, y por supuesto es muy superior al de los países latinoamericanos que siguen en ese orden: Argentina, Colombia y Chile. Ni que decir al resto de los países de la región.   Es la diferencia abismal entre un modelo de industrialización  que da énfasis al ahorro interno, a la ciencia y la tecnología y a la educación, sobre modelos extractivos y agrícolas en los cuales la desindustrialización y/o reprimarización parece ser la tónica. 

La creación de grandes mercados internos ampliados –el sueño de los procesos de integración desde los setenta–, no parece estar a la moda en América Latina. Ha contribuido a ello, el hecho de que nuestra producción es ante todo minera y agrícola, y que compite entre nuestros países. No parece existir una relevante complementariedad industrial y cadenas de valor entre los países del continente.  Más pareciera que tienen razón hoy, quienes asumen que la INSERCION es la palabra del día, y que la AUTONOMIA podrá tener mejores días en el futuro ¿O, será que la discusión sobre la Autonomía es un tema de las viejas generaciones?

 

3)     LOS ASPECTOS COYUNTURALES:

Ahora bien, no solo existen dificultades estructurales. Otras de más corto plazo, son muy importantes. Encontramos varios escenarios posibles:

a)   Es inevitable hoy día, hacer referencia al impacto del Covid-19, y a la competencia petrolera en los nuevos términos del 2020. Es evidente como hemos dicho arriba que, como consecuencia del primer hecho, se ha producido una desaceleración importante de la economía de China, con sus efectos muy importantes en las exportaciones de los productores de materias primas, tanto en los montos como en los precios. Ese proceso afecta a buena parte de los países latinoamericanos. El continente no parece tener una respuesta ni colectiva ni individual frente a un hecho que se sale por completo de su control. Por otra parte, el peso del efecto Covid-19 en sí mismo, se ha hecho sentir directamente en la capacidad económica y de inserción de los propios países de la región, como ha sucedido con el resto del mundo. También se limitan dramáticamente los intercambios. 

Una tendencia a la recesión internacional es similar a un naufragio: cada quien intenta salvarse como puede, y las voces sensatas que hablan de concertación para actuar de común acuerdo no siempre son escuchadas. Las posibilidades de que China retome sus niveles de crecimiento de los años anteriores son limitadas. Es más factible que dé prioridad a sus mercados internos, mientras avanza poco a poco con la nueva Ruta de la Seda, que llega hasta el corazón de Europa y rodea el Mediterráneo, el Índico y el Pacífico. Pero, por otra parte, la reactivación de China puede  traer consigo un nuevo incremento (menos exponencial) de las exportaciones de materias primas desde América Latina.  Ello puede reforzar las tendencias a la reprimarización en nuestros países, y a debilitar las respuestas conjuntas y los procesos de integración.

b)   Si la competencia petrolera entre Arabia Saudita, Rusia y Estados Unidos continúa más allá del otoño de 2020: Los precios bajos favorecen a los países importadores –la mayor parte de América Latina lo es–, pero debilita a los exportadores (para el caso, México, Colombia y Venezuela). También se resquebrajarían las proyecciones eventuales de producción en Brasil y Argentina. Tenderían a producirse intercambios eventuales con los vendedores de petróleo a precios más bajos. Los proyectos de fracking,  no solo en EEUU sino en países latinoamericanos, descenderían automáticamente, quizás por una década. También descendería el peso de los países petroleros en la región. El problema es que nadie parece poder competir con el petróleo Saudí que puede ser explotado a un promedio inferior a 10 Dolls el barril.

c)   Una disminución de las remesas financieras, como consecuencia de la desaceleración de las economías más importantes del planeta:  También ese proceso puede ir acompañado de menos capacidad financiera para inversiones, o del refugio de los inversionistas en los minerales estratégicos, el oro, el rodio, el coltán;  y, claro está, la compra de bonos del Tesoro de EEUU, o de acciones de empresas estratégicas. 

d)   Si Donald Trump es reelegido en EEUU: La tendencia sería sensiblemente la misma arriba descrita, incluso con una profundización del nacionalismo y una tendencia a una mayor debilidad del sistema internacional. En ese caso, las propuestas provenientes de Latinoamérica serían más individuales y menos coordinadas. 

Sin embargo, si  la cantidad de pérdidas de vidas humanas por el Covid-19 es muy alta en Estados Unidos, debido a los altos cosos y la cobertura limitada de salud de sus habitantes, y si las economía sufre consecuencias importantes, el expresidente Biden podría ganar las elecciones de Noviembre. En ese caso, la política exterior volvería a poner énfasis en el Sistema Internacional. Podría haber espacio para mayores consensos regionales en América Latina, si bien las relaciones de confianza y las transiciones graduales en el continente, tomarían buena parte de la década.  Lo más interesante del proceso, podría ser un modus vivendi entre EEUU y China, que permitiría retomar los acuerdos económicos de la Cuenca del Pacífico. Ello abriría de nuevo los espacios para actividades conjuntas de América Latina en la región.

e)   Europa puede salir debilitada de la crisis. Es previsible que en el futuro próximo existan allí fuerzas centrífugas o por lo menos limitaciones a la libre circulación de personas, el paradójico talón de Aquiles del proceso. El efecto Brexit también puede contar de manera negativa. En esa medida, el “modelo” europeo sería limitado en América Latina, por lo menos en el corto plazo.  

Jalonados entre EEUU y China, por una parte, e inmersos en sus determinantes internos frente a la crisis,  los países latinoamericanos no parecen tener una respuesta colectiva frente a los grandes retos de la década que comienza. Por lo menos, esa tendencia parece clara en el corto y quizás en el mediano plazo. Por su parte, Rusia y Europa podrían tender a ser menos importantes en el relacionamiento exterior de los países de la región. Lo anterior, aunque Europa puede seguir siendo un modelo a ojos de los latinoamericanos, para la promoción de la democracia y los derechos humanos, lo mismo que los tejidos sociales, el reconocimiento a la diversidad y los temas culturales en el más amplio sentido.

En cualquier caso, las posibilidades de retomar el liderazgo brasileño en la región se ven muy limitadas en el corto plazo: El “efecto Odebrecht” fue demoledor para las inversiones, el know how y la presencia de Brasil en todo el continente. Cualquiera sea el color político dominante en Brasil, el asunto  será por muchos años una limitante muy grande para su presencia en el resto de América Latina.  Por su parte, México parece querer concentrarse bajo López Obrador, más en la política interna que en la internacional. Su influencia puede ser también limitada en los próximos años en el continente. 

Con el gran potencial económico pero las limitaciones políticas de Brasil y México, las posibilidades reales de agrupamientos o de concertaciones políticas latinoamericanas, seguramente tienen más obstáculos que en las décadas anteriores. Un acercamiento estratégico al Asia Pacífico, de ser posible por el contexto internacional, podría darle a América Latina una posibilidad de concertación en la Gran Cuenca. Pero ello sería bajo modelos más cercanos al de ASEAN que a los de Unión Europea.

Tampoco es fácil prever un relacionamiento conjunto frente al Reino Unido o a la Commonwealth. De hecho, un acercamiento al área del Caribe insular, requeriría tomar en cuenta que la mayor parte de los países de esa región son miembros de la Commonwealth y tienen además relaciones preferenciales con EEUU y Canadá.  

Otros factores que contribuyen a una pérdida de la regionalización en la Agenda son:

-     El debilitamiento del sector exterior frente al conjunto del Estado. 

-     La política exterior no parece estar en la Agenda de la sociedad civil. 

-     Existe una decepción con los procesos de integración, por lo menos en Sudamérica. México por su parte, tiene su proceso estructurado en el marco del NAFTA.

-     Hay una debilidad inmensa de los procesos de consulta y cooperación regionales latinoamericanos. Su efectividad es muy limitada, y obedece más a procesos coyunturales. Ya no existe un mecanismo de consulta operativo, semejante al anterior Grupo de Río, que registró éxitos diplomáticos indudables.

-     Se ha otorgado preferencia creciente a respuestas parciales ad hoc (según el tema), no según la geografía. Es decir, se ha priorizado el relacionamiento con otros países en asuntos puntuales, y nó en el relacionamiento regional propiamente dicho. 

-     Es evidente hoy día la ausencia de una estrategia regional como paso para la inserción internacional, sea como respuesta o como propuesta. No parece existir en el corto plazo. Los análisis que hablan de la necesidad de fortalecer la voluntad política en esta dirección parecen olvidar que esa fórmula no significa nada, en la medida en que, lo que es necesario analizar es por qué esa voluntad política se perdió, o se guardó en el cajón de los recuerdos, o simplemente ha dejado de existir en los términos tradicionales. 

Finalmente, y complementando los escenarios posibles, una serie de respuestas colectivas a nivel latinoamericano frente a los retos globales  –los estructurales y los coyunturales–, es posible solo si se dan tres condiciones:

a)   La reversión de la tendencia a debilitar los Regímenes Internacionales. Ello implicaría cambios en los Estados Unidos

b)   El desarrollo económico que implique la posibilidad de intercambios regionales de productos con valor agregado relevante, aprovechando nichos de mercado; no tiene sentido plantear procesos de integración entre países que piensen que el desarrollo real en el mundo contemporáneo se da exportándose las mismas materias primas o los mismos frutos de la tierra.

c)   La disminución o desaparición de la profunda ideologización de algunos de los gobiernos de la región. 

Pero, los grandes temas transversales no parece que puedan restringirse al ámbito latinoamericano. Ellos implican otros actores del mundo, lo cual hace que no sea fácil plantearse posiciones latinoamericanas sólidas sobre los mismos. Es el caso de asuntos como:  cambio climático, bosques, demografía, cadenas de valor, régimen de los océanos, objetivos del milenio, derechos humanos, promoción de la democracia, energía, turismo, seguridad regional, amenazas asimétricas, cambios tecnológicos, valor agregado, ciencia y tecnología.

En conclusión, las propuestas de respuesta colectiva o conjunta, o por lo menos concertada  frente a los retos del presente y el próximo futuro, no parecieran estar en la Agenda actual del continente. Eso nó significa que no puedan estarlo en el futuro, pero se requieren cambios importantes y acción política para que ello sea posible. Promover la reflexión sistemática en esa dirección pareciera ser una prioridad que debe afrontarse. 

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